Claves para disfrutar más del amor

– Vive el presente y olvídate del futuro. Haz ejercicios mentales para situarte en el momento, para disfrutar de una cena con declaración de amor, de un beso eterno, de una noche de amor loca, de un paseo al atardecer, de una llamada de teléfono. Cada uno de los momentos de tu vida en los que estás es irrepetible, así que merece la pena ser disfrutados en toda su intensidad. Vivir el presente, además, alivia el miedo al futuro.

–  Liberarse de los miedos es necesario para poder vivir el amor plenamente. Los miedos nos paralizan, nos quitan energías, nos ponen pesimistas, y nos vuelven mezquinos. No fabriques más fantasmas, no te prives de tu derecho a disfrutar del amor. Para poder ser generosas en nuestras relaciones, necesitamos abrirnos y compartirnos en un clima de confianza y generosidad mutua; para poder amar es preciso el encuentro sin máscaras, sin corazas ni escudos, sin obstáculos de ningún tipo: ni reales, ni imaginados.

– Amar a la gente tal y como es, sin mitificar, sin que nos mitifiquen. Sin idealizaciones se conoce a la gente con mayor profundidad, sin expectativas fantasiosas hay menos decepciones, y sin decepciones se vive mejor.

– Enamórate de tu libertad, y de la de los demás.  Amar no significa renunciar a tu libertad ni a los afectos de tu gente querida; el sacrificio no es una prueba de amor, aunque nuestra cultura nos haga creer lo contrario.

-Dile “no” a la cultura del sufrimiento que asocia el amor con el dolor. Los dramas y las tragedias te quitan energía para disfrutar de la vida. Si duele, si te convierte en una mala persona, si te paraliza, si te hace sentir mal, no es amor, es otra cosa. No dejes que pasen años de tu vida en una relación que no te hace feliz: la vida es muy cortita y hay gente estupenda en el mundo a la que no vas a conocer si te encierras en tu pasión dolorosa.


-Relaciónate con amor con tu entorno: diversifica y amplía afecto, nutre tus relaciones de amistad y compañerismo, cultiva tus redes sociales, cuida a la gente que quieres, rodéate de cariño tengas o no tengas pareja. No pierdas tu tiempo en luchas de poder, no establezcas relaciones basadas en la necesidad o el interés propio: no le pidas a nadie que cubra tus carencias, no exijas a los demás que te cuiden si no tienes energía para cuidar tú también.

-Relaciónate con amor contigo misma: amamos desde el cuerpo, cuidemos el cuerpo. Tenemos que trabajar nuestra autoestima, aprender a cuidarnos y a dedicarnos tiempo, a darnos placer y hacer cosas que nos gustan, a querernos del mismo modo que queremos a los demás, a entregarnos a nosotras mismas como nos entregamos a los seres que amamos. Así podremos amar también nuestra libertad, nuestra autonomía, nuestra soledad, nuestros espacios, nuestros tiempos.

-Dialogo, empatía, asertividad: necesitamos valentía para decir lo que sentimos sin herir a la otra persona. Necesitamos herramientas para aprender a escuchar, para pensar lo que decimos o hacemos antes de hacerlo, para dialogar con la otra persona desde el cariño. Tenemos que aprender a transformar  los sentimientos negativos como el rencor, el odio, la furia o la venganza, porque no nos sirven para resolver conflictos y generan mucho dolor.

-Busca tu tiempo para el amor. Apaga las pantallas, desenchufa los cables, construye tu escenario ideal de amor, y goza la tarde sin mirar los relojes, con buena comida, buena conversación, y muchas ganas de jugar, explorar y disfrutar. Sin prisas resulta delicioso probar cosas nuevas… abrir el corazón, abrir el cuerpo, abrir la mente para hacer especial cada segundo juntos.

-Elige un buen compañero/a (o varios/as): Como decía Marcela Lagarde, no podemos irnos con el primero que pase por la calle. Si te vas a enamorar, que se trate de una buena persona, de alguien que tenga unos principios y una ética parecida a la tuya. Para ello es preciso no autoengañarse y saber leer las señales que nos proporciona la interacción con la otra persona, y que nos dirán si se trata de una persona insegura, mentirosa, inmadura, inconstante, violenta o cruel. En este sentido, tú también debes mostrarte tal cual eres, con naturalidad, para que la otra persona pueda conocerte, y evaluar si podría ser feliz a tu lado.

-Construir el amor: Sin ponerte encima ni debajo, sin tomar el poder o sin cedérselo por completo a la otra persona. Sin tener que sacrificarte o pedir a los demás que se sacrifiquen por ti. Sin esperar que todo surja como por arte de magia: el amor se construye, y tenemos que ser generosas y generosos para poder abrirnos a la otra persona, compartir ciertas parcelas de la vida, para andar juntas en el camino.

-Ética Amorosa: Establecer pactos contigo misma y con tu pareja, ser coherente con tu discurso y tus emociones, responsabilizarte de tus palabras, emociones y actos, conducir tu comportamiento en base a tus principios y valores. Tanto si eres monógamo/a como si eres poliamoroso/a, es fundamental que cuides a la persona o personas con las que te estás relacionando, y trabajes para estar a la altura. Si la otra persona no nos ama, nos engaña, no se compromete del todo, se porta mal con nosotras, o juega con nuestros sentimientos… entonces lo mejor es cortar la relación para no perder tiempo y energías en alguien que no tiene el nivel necesario para tratarte bien, ser sincero/a, o cumplir pactos.

Despatriarcalizar y desmitificar el amor para poder reinventar las estructuras que utilizamos para relacionarnos y que han quedado obsoletas. Despojar al amor del placer del sufrimiento, de los intereses y el egoísmo heredado de la cultura capitalista, de las jerarquías afectivas y las desigualdades, de las relaciones opacas y las batallas de género, y aprender a querernos tal y como somos.

-Rupturas amorosas, separaciones cariñosas: hay que aprender a separarse como empezamos, tratándose bien, siendo sinceras, siendo cariñosos. Hay que dejar las relaciones con amor, evitando que el dolor convierta nuestros sentimientos en odio, evitando que nuestro dolor provoque más dolor, tratando de asumir la realidad tal cual es, tratando de no salir destruidos del proceso de separación, tratando de quedarse con los buenos momentos que pasamos juntos.

-Que el amor valga la alegría: Detectar cuándo es el momento de separar tu vida de la persona amada, y no dejar que pasen meses o años esperando a que la otra persona cambie o a que la vida nos regale otras circunstancias. El amor es para disfrutar, así que si estás sufriendo, es mejor que te desapegues de la persona que te hace daño, o de las relaciones dolorosas. Si sientes que tu amor te da energías, te levanta con una sonrisa cada mañana, te despierta la creatividad, te hace sentir bien, entonces apuesta por ello. Hay que apostarle a las relaciones bonitas, a las emociones positivas, a las relaciones placenteras, a la gente generosa y alegre, a poner tus energías amorosas en ella, y olvidarte de lo que no pudo ser, de lo que no puede ser, de lo que podría haber sido, pero no fue; hay que apostarle a sufrir menos, y disfrutar más del amor y de la vida.

-Reinventarnos el amor, reinventarnos las estructuras, crear nuevas emociones, contarnos otros cuentos, probar otras maneras de quererse, construir otros patrones de relación amorosa, darle la vuelta a todas las “verdades”, poner en práctica los aprendizajes, y no dejar nunca de explorar los infinitos territorios del mundo del amor y los afectos.

-Estar presente: Vivir el presente con intensidad ayuda mucho a anclarse en tu realidad, en esta tarde maravillosa juntos, en esta fin de semana de amor juntos. Si estamos con la  cabeza puesta en el futuro: ¿me dejará de pronto?, ¿me seguirá queriendo el mes que viene?, ¿se querrá casar conmigo en el futuro?, ¿me será fiel cuando cese la explosión pasional?, ¿me aceptará su familia?, etc. no podremos jamás decir: “Este es nuestro ahora. Puede acabarse el mundo mañana, pero ahora estoy viva, consciente, despierta, te amo, y disfruto contigo”.

Coral Herrera Gómez


Estas son algunas de las herramientas, ideas y propuestas que han ido surgiendo en el trabajo que hacemos en el Laboratorio del amor .  Nos dimos cuenta de que no existe una receta mágica para dejar de sufrir, ni un método a seguir para alcanzar la felicidad: este post sistematiza muchas de las ideas que han ido surgiendo en el trabajo colectivo de mujeres diversas de todos los países que se reunen para analizar, inventar, aportar y profundizar en los Estudios del Amor, las Emociones, la Sexualidad y los Sentimientos.

Sufrir menos… y disfrutar más

Contra la cultura del sufrimiento, ¡alegría de vivir, y ganas de disfrutar! En este post Coral Herrera analiza la sublimación del sufrimiento romántico y desmonta la idea de que para amar de verdad hay que sufrir y pasarlo mal. Bajo el lema «otros romanticismos son posibles», la autora apuesta por la transformación colectiva de las emociones y los sentimientos, y la construcción de nuevas formas de querernos basadas en la ternura social, el compañerismo, el cariño, la generosidad, la empatía y el disfrute.
En el amor sufrimos por muchas y variadas causas. La primera de ellas es que toda nuestra cultura amorosa sublima el sufrimiento como la quintaesencia del romanticismo: parece que sin dolor, no hay entrega  verdadera. Muchas de las novelas y películas de amor nos representan la pasión como una emoción negativa que nos invade y nos convierte en monstruos, que nos arrastra hacia abismos insondables, que nos hace cometer locuras, que saca lo peor de nosotras mismas. En la mayor parte de nuestros relatos y canciones, pareciera que cuando Cupido lanza su flecha, nos condena para siempre a sufrir por amor…  y que nosotras no podemos hacer nada excepto resignarnos. Sin embargo, no estamos condenadas: se puede disfrutar del amor.

Nos gusta sufrir por amor y admiramos a todos aquellos héroes y heroínas que son capaces de anularse, de suicidarse, de sacrificar su existencia por amor. Nuestra cultura amorosa mitifica esta asociación entre romanticismo y sufrimiento, y por eso el genio romántico nunca es un personaje feliz: es una víctima que sufre. El que sufre se sitúa más cerca de la divinidad que de la humanidad, siempre aparece como un ser bello y extraordinario cuya extrema sensibilidad le coloca más cerca de lo sublime y lo sagrado. El romántico del XIX sufre porque sus sueños no se hacen realidad: es una persona a la que le cuesta mucho asumir que no es correspondido o que ya no le aman, pero en lugar de ser representado como un inadaptado social, se mitifica su figura doliente.

Así es como el amor en lugar de ser un espacio de felicidad, es un espacio de dolor: cuanto más duele, más puro y auténtico parece el amor, y la persona que ama. Por eso, la condición indispensable para ser un artista en el siglo XIX es que no te amen: si la otra persona te corresponde, ¿cómo vas a llegar al tormento, al odio romántico, al sufrimiento extremo?. Si tu amado o amada te ama, ¿cómo escribir poesía o novela romántica?.

Más tarde, en el siglo XX, la industria cinematográfica mezcla el sufrimiento romántico con los finales felices, de modo que cambia un poco la filosofía: para amar hay que sufrir, pero siempre a cambio de algo: el paraíso romántico. De esta manera, hay una compensación para tanto dolor: cuanto mayor es el sufrimiento, más hermoso es el final feliz.

El amor entonces es el premio, es aquello que hay al final del camino: el héroe vive sus batallas, sufre porque está lejos de la amada, pero finalmente se unirá a ella como recompensa por su valentía y su esfuerzo. Y una vez que todo termina, el amor entonces es la fuente de la felicidad eterna (y vivieron felices, y comieron perdices), de manera que la relación amorosa es idealizada como un espacio de armonía, de seguridad, de abundancia.

Esta mitificación del amor nos hace sufrir mucho, porque cuando no estamos en pareja solemos creer que todo el mundo ha encontrado la felicidad menos nosotras. Todas las parejas aparentan estar bien, y todas parecen felices: por eso cuando estamos solteras todo el mundo nos anima a buscar la felicidad en el amor romántico.

En los cuentos de hadas las historias de amor siempre acaban el día de la boda: un relato nunca empieza desde el final feliz para mostrarnos cómo es la vida en pareja, y las dificultades por las que atraviesan las relaciones amorosas a través de los años. En los cuentos no nos hablan de los efectos de la rutina, el egoísmo, la comunicación, la convivencia, las luchas de poder… porque las historias de amor son para entretenernos y para escapar durante un rato a un mundo feliz que no es el nuestro, no para mostrarnos la realidad de nuestra vida cotidiana.

Esta sublimación del romanticismo en las películas y las novelas genera unas expectativas que chocan frontalmente con la realidad, y es otro de los motivos por los que no es fácil disfrutar del amor en toda su plenitud: las decepciones nos convierten en personas frustradas. Cuanto mayor es la idealización, más brutal es la distancia entre los sueños y la realidad, y más sufrimos.

La vida cotidiana es más gris y aburrida que la de las películas, y no existen personas perfectas  que calcen a la perfección con nosotras: nos han vendido unos mitos como el del príncipe azul o la media naranja que nos mantengan entretenidos y entretenidas buscando a una persona maravillosa que encaje con nosotras a la perfección. Así nos preocupamos más de nuestros problemas que de los problemas sociales, así es como dedicamos nuestro tiempo y energías en buscar pareja en lugar de dedicarnos a los asuntos de la polis.

En el camino, nos encontramos con muchas personas de carne y hueso a las que nos cuesta amar tal y como son, porque son muy pocas las personas que encajan en el modelo que nos han vendido en las películas con final feliz. A nosotras nos dicen que algún día encontraremos a alguien que se encargue de nosotras, que nos salve y nos solucione los problemas, a ellos les dicen que entre todas las mujeres existe una princesa obediente, sumisa, bella, encantadora, pasiva, perfecta, y dulce que vivirá eternamente enamorada de ti y nunca te traicionara. Esos hombres ideales no existen, esas mujeres virtuosas que te aman incondicionalmente tampoco.

No podemos disfrutar del amor en su plenitud porque tenemos poco tiempo para amar. La vida posmoderna está llena de obligaciones, horarios y rutinas que nos hacen caer literalmente desplomadas al final del día. Ese es el momento que tenemos para tener una buena conversación con nuestra pareja, para jugar entre las sábanas y hacer el amor, pero no podemos pasar la noche entera en vela retozando porque al día siguiente hay que trabajar y resolver mil y un asuntos pendientes. Las estadísticas nos indican que la gente elige los sábados y domingos para tener relaciones íntimas, pero el fin de semana suele estar también plagado de compromisos sociales, familiares y domésticos, y pasa volando… Reservar una tarde o un fin de semana entero para dedicarse al amor es poco menos que imposible, porque cada vez tenemos menos tiempo para detener los relojes y entregarnos a los placeres de la vida con nuestras parejas, si las tenemos.
El gran obstáculo para disfrutar de amor, sin embargo es el miedo. El miedo al futuro, el miedo a la soledad, el miedo a que se acabe nuestra relación, el miedo a ser rechazada, el miedo a hacer daño o a que nos hagan daño, el miedo que la otra persona te sea infiel, el miedo a no encontrar el amor de nuevo… perdemos muchas horas al día ancladas en el “¿y si…?”, una estructura que nos permite anticipar situaciones que no se han dado. Vivimos presas del futuro que no ha llegado porque necesitamos seguridad, necesitamos certezas, y queremos controlarlo todo. Por eso exigimos al amante que nos de su palabra de que nos amará para siempre, y por eso nos gustan tanto las promesas del amor: queremos tener la certeza de que nos van a amar con la misma intensidad, necesitamos pruebas de que la otra persona se compromete plenamente.

Sin embargo, el amor solo puede vivirse en el aquí y el ahora: el futuro siempre es incierto, y no depende de nosotras ni de nosotros. Sólo que nadie nos ha enseñado a disfrutar del presente, por eso siempre estamos pensando en «lo siguiente», y nos frustramos cuando diseñamos un plan perfecto para el futuro que no se cumple.

Otro obstáculo para disfrutar del amor es centrar todos nuestros afectos en una sola persona, pues el amor no puede reducirse a la pareja. Los amores son diversos siempre: son sentimientos universales y grandiosos con los que nos relacionamos con la vida que llevamos, con el goce de la existencia, con la naturaleza, con los animales, con la gente cercana (la familia, la vecindad, y las personas  de carne y hueso a las que vemos a diario y forman parte de nuestra cotidianidad).

El amor es una forma de relacionarse con el mundo, por eso cuando amamos con el corazón abierto y con generosidad, recibimos más amor, y generamos más amor en los demás. El trato amoroso, sin embargo, no es lo más común en el mundo en el que vivimos: generalmente nuestro día a día esta marcado por las guerras cotidianas que sostenemos con nuestros jefes, vecinos, familiares… y con las instituciones (el banco, Hacienda, la policía que pone multas, la empresa de telefonía que no cumple con el trato…).

Estas luchas de poder nos hacen sentir una profunda desconfianza en los demás: vivimos en un mundo de relaciones marcadas por el egoísmo y las necesidades propias, por eso la mayor parte de las relaciones son interesadas. Y por eso mismo, cuando encontramos a alguien que nos trata bien, que nos quiere tal y como somos, alguien en quien se puede confiar y con quien se puede compartir, es cuando sentimos que la vida tiene sentido y merece la pena.

Sin embargo, no tenemos muchos mecanismos para relacionarnos amorosamente con el entorno, por eso cuando encontramos pareja tampoco sabemos querernos bien. Sufrimos por amor porque no hemos recibido educación emocional y no sabemos cómo gestionar las emociones. Sólo nos enseñan a reprimir los sentimientos fuertes como la ira, la alegría desbordante, la pena más honda, los celos, el deseo sexual…

Reprimir y contener genera mucha frustración y mucha violencia, por eso nos cuesta tanto ponernos en el lugar del otro, expresaron sin herir al otro, discutir y dialogar sin atacar o sentirse atacado. No sabemos resolver conflictos sin violencia porque en todas las películas los protagonistas usan la fuerza física o armas para doblegar y someter al otro, o para aniquilarlo.

Todas las tramas narrativas se construyen desde el esquema buenos/malos. Nosotros somos los buenos, los malos son los demás: con lo enemigos no se sienta uno a hablar. La única manera de relacionarse con los enemigos es la batalla frontal: golpes, disparos, bombardeos, puñetazos, gritos, insultos, amenazas, humillaciones… Los únicos referentes emocionales que tenemos son los que nos ofrecen los cuentos y las películas, y son siempre modelos basados en esta lucha de poder: estructuras de dependencia, dominación-sumisión, sacrificio y entrega.

También sufrimos porque no elegimos bien a nuestro compañero/a. La necesidad de tener pareja o de vivir un bello romance nos arroja a veces en brazos de gente sin herramientas para disfrutar del amor, o de gente que no nos conviene, o de gente que no tiene nada que ver con nosotras. Nos conocemos a fondo después de idealizarnos y enamorarnos: de ahí las profundas dececpiones que experimentamos al comprobar que la otra persona no es como nosotras creíamos.

Nos hace sufrir mucho, también, la falta de herramientas para resolver nuestras propias contradicciones internas, que nos mantienen confusas, indecisas, vapuleadas por el contexto posmoderno que habitamos. El romanticismo es la nueva utopía emocional de corte individualista que nos sigue marcando las metas, los mitos, los roles, y las identidades: necesitamos sentirnos especiales, necesitamos sentirnos únicas, y necesitamos sentirnos imprescindibles.

Queremos libertad, queremos compañía, luchamos por ser independientes, pero necesitamos a la gente. Queremos soltar y queremos atarnos…las emociones contradictorias nos hacen dudar de lo que realmente queremos, y de lo que sentimos, y hasta de quiénes somos. Perdemos muchos años de nuestras vidas ancladas en la falsa separación entre mente y cuerpo, razón y emociones, deseos y deberes. La poesía sublima estas contradicciones con hermosas metáforas, pero en la vida real nos paralizan completamente, y nos hacen sentir permanentemente divididas y desorientadas, porque pensamos el mundo con las estructuras patriarcales del pensamiento binario: como si la noche fuese lo contrario del día, como si el bien fuese lo contrario del mal, lo masculino fuese lo contrario de lo femenino, etc.

Estas dicotomías patriarcales nos obligan a elegir: sólo nos dejan ser una parte, no el todo. O eres una mujer buena, o eres una mujer mala. O eres inocente, o eres culpable. O estás en el camino correcto, o te estas equivocando estrepitosamente. Esta falta de matices nos pone contra la espada y la pared constantemente. Pensando así, además, no nos percibimos jamás como seres completos, sino medias naranjas que necesitan otra media para ser felices.

Buscar la felicidad también nos hace infelices, obviamente. Pensamos siempre que la felicidad está en otra parte y por eso esa sensación de impotencia cuando la felicidad no llega. Creemos que la felicidad está en personas, en objetos, en puestos de trabajo, en el dinero, en la fama o el reconocimiento social, por eso es tan frustrante cuando alcanzamos esas metas y no nos sentimos desbordantes de felicidad.

Para sufrir menos y disfrutar más del amor, es importante desmitificar el placer del sufrimiento y trabajarse el autoboicot. Muchas veces nos cuesta disfrutar de la vida porque nosotras mismas nos construimos muros y obstáculos para la felicidad, o porque nos sentimos culpables si estamos bien, o porque nos cuesta asumir que hay temporadas en la vida en las que nos va de maravilla y no nos queda otra que gozar del momento presente. 
Para sufrir menos y disfrutar más, deberíamos a aprender a amar en libertad a las personas, y practicar el desapego para no apropiarnos de ellas ni sentirlas “nuestras”.  La vida es un camino en el que la gente nos acompaña por ratitos, o por etapas: nuestros abuelos no son inmortales, nuestras madres y padres no duran para siempre, nuestros compañeros de escuela o de universidad dejan de formar parte de nuestra cotidianidad cuando acaba la etapa estudiantil….

Los novios y las novias van y vienen: a veces nos acompañan una noche maravillosa, otras veces son años de caminar por el mismo sendero… por eso es tan importante saber dejar atrás el pasado, aprender a disfrutar del presente, y asumir que nada es eterno. Tenemos que aprender a cerrar etapas, a aceptar las pérdidas y los finales, a terminar las relaciones con cariño y amor

Sólo así podremos aprender a  disfrutar de los nuevos tiempos, las nuevas personas, las nuevas etapas. Sin rencores, sin traumas, sin desgarros eternos que se nos queden dentro y nos impidan vivir otras cosas. 

Para disfrutar más de la vida, estaría bien deshacerse de la insatisfacción permanente que nos tiene siempre frustradas, que continuamente nos lleva a querer más, o a desear algo mejor. Nos cuesta pararnos a pensar en lo bien que estamos, en lo felices que somos, en valorar las cosas que tenemos, los afectos de los que estamos rodeadas. Dedicamos mucho tiempo, en cambio, hacer inventario diario de lo que no tenemos, y pasamos mucho tiempo imaginando cómo todo se transforma por arte de magia (me toca la lotería, encuentro al amor de mi vida por fin, me ascienden en el trabajo, me voy de luna de miel a la otra punta del planeta… )

Cuanto más tiempo perdemos esperando el acontecimiento mágico que cambiará nuestras vidas, menos esfuerzos e imaginación dedicamos a cambiarlas nosotras mismas. Por eso creo que nos vendría bien un poco menos de fantasía romántica, y un poco más de trabajo individual y colectivo para mejorar nuestras vidas a todos los niveles (afectivo, sexual, económico, profesional, social, sentimental…)

Para que podamos disfrutar todos del buen querer, necesitamos repensar el amor, desmitificarlo, desmontarlo, despatriarcalizarlo, y volverlo a inventar. Tenemos que ensanchar el concepto de amor más allá de la pareja, disfrutar de los afectos sin jerarquizarlos, liberarnos colectivamente de la represión, la culpa, y el miedo. Este trabajo no tiene sentido si lo hacemos a solas: para poder relacionarnos de otras formas, tenemos que sacar el debate a las calles, y ponerlo de moda en las plazas, las asambleas, los congresos, los mítines políticos, las aulas, los foros,los bares, los parques, los platós de televisión, y las redes sociales.
Si logramos identificar las claves culturales del sufrimiento, de la desigualdad y del romanticismo patriarcal será más fácil que nos demos cuenta de que estamos en una estructura heredada que no hemos construido nosotros, que sufrimos todos y todas por las mismas cosas, y que ya es hora de ponernos a trabajar para cambiar las estructuras emocionales y afectivas con las que nos relacionamos, porque las antiguas no nos sirven para disfrutar del amor.
Creo que es necesaria una ética del amor que nos permita tratarnos bien y cuidarnos en todas las etapas de nuestras relaciones, lo mismo al inicio que al final.  Para sufrir menos, y disfrutar más, tenemos, también, que responsabilizarnos de lo que sentimos, y construir herramientas que nos permitan  enfrentarnos a situaciones de alta intensidad emocional.  Desde la autocrítica amorosa podemos trabajar para conocernos mejor, para identificar las claves de nuestro sufrimiento, y para trabajar en la coherencia entre nuestras emociones, discurso y acciones. El objetivo final sería poder comportarnos como adultas y adultos en el amor, ser dueñas de nuestros sentimientos y poder expresarlos, relacionarnos con los demás desde la libertad y la generosidad, y construir relaciones hermosas que nos hagan felices.
Creo que una de las claves para disfrutar más del amor es entrenar para desarrollar nuestra capacidad para estar presente y conectar con la persona a la que amamos y el momento en el que estamos. Permanecer en el aquí y el ahora sin pensar en el futuro, sin hacerse expectativas, sin miedo a lo que pueda pasar, sin apresurarse a dar los pasos establecidos tradicionalmente para las parejas. Disfrutando del presente nos hacemos dueñas del tiempo: es el lugar donde más vamos a amar, el espacio en el que más nos van a querer.
Si, podemos disfrutar del amor…  sólo tenemos que trabajarlo y pensarlo colectivamente, y echarle ilusión, energía, imaginación, y grandes dosis de alegría de vivir: tenemos que construir el amor día a día, romper con los modelos del romanticismo patriarcal, aprender a querernos bien, inventarnos nuevas estructuras emocionales, probar otras formas de querernos, aprender a relacionarnos desde el amor con el entorno que nos rodea, liberarnos de los miedos y de los mandatos de género, y ensanchar el amor para que sea más grande, se reparta mejor, y nos llegue a todos y todas.
Coral Herrera Gómez