Sufrir menos… y disfrutar más
Contra la cultura del sufrimiento, ¡alegría de vivir, y ganas de disfrutar! En este post Coral Herrera analiza la sublimación del sufrimiento romántico y desmonta la idea de que para amar de verdad hay que sufrir y pasarlo mal. Bajo el lema «otros romanticismos son posibles», la autora apuesta por la transformación colectiva de las emociones y los sentimientos, y la construcción de nuevas formas de querernos basadas en la ternura social, el compañerismo, el cariño, la generosidad, la empatía y el disfrute.
Nos gusta sufrir por amor y admiramos a todos aquellos héroes y heroínas que son capaces de anularse, de suicidarse, de sacrificar su existencia por amor. Nuestra cultura amorosa mitifica esta asociación entre romanticismo y sufrimiento, y por eso el genio romántico nunca es un personaje feliz: es una víctima que sufre. El que sufre se sitúa más cerca de la divinidad que de la humanidad, siempre aparece como un ser bello y extraordinario cuya extrema sensibilidad le coloca más cerca de lo sublime y lo sagrado. El romántico del XIX sufre porque sus sueños no se hacen realidad: es una persona a la que le cuesta mucho asumir que no es correspondido o que ya no le aman, pero en lugar de ser representado como un inadaptado social, se mitifica su figura doliente.
Así es como el amor en lugar de ser un espacio de felicidad, es un espacio de dolor: cuanto más duele, más puro y auténtico parece el amor, y la persona que ama. Por eso, la condición indispensable para ser un artista en el siglo XIX es que no te amen: si la otra persona te corresponde, ¿cómo vas a llegar al tormento, al odio romántico, al sufrimiento extremo?. Si tu amado o amada te ama, ¿cómo escribir poesía o novela romántica?.
El amor entonces es el premio, es aquello que hay al final del camino: el héroe vive sus batallas, sufre porque está lejos de la amada, pero finalmente se unirá a ella como recompensa por su valentía y su esfuerzo. Y una vez que todo termina, el amor entonces es la fuente de la felicidad eterna (y vivieron felices, y comieron perdices), de manera que la relación amorosa es idealizada como un espacio de armonía, de seguridad, de abundancia.
Esta mitificación del amor nos hace sufrir mucho, porque cuando no estamos en pareja solemos creer que todo el mundo ha encontrado la felicidad menos nosotras. Todas las parejas aparentan estar bien, y todas parecen felices: por eso cuando estamos solteras todo el mundo nos anima a buscar la felicidad en el amor romántico.
En los cuentos de hadas las historias de amor siempre acaban el día de la boda: un relato nunca empieza desde el final feliz para mostrarnos cómo es la vida en pareja, y las dificultades por las que atraviesan las relaciones amorosas a través de los años. En los cuentos no nos hablan de los efectos de la rutina, el egoísmo, la comunicación, la convivencia, las luchas de poder… porque las historias de amor son para entretenernos y para escapar durante un rato a un mundo feliz que no es el nuestro, no para mostrarnos la realidad de nuestra vida cotidiana.
La vida cotidiana es más gris y aburrida que la de las películas, y no existen personas perfectas que calcen a la perfección con nosotras: nos han vendido unos mitos como el del príncipe azul o la media naranja que nos mantengan entretenidos y entretenidas buscando a una persona maravillosa que encaje con nosotras a la perfección. Así nos preocupamos más de nuestros problemas que de los problemas sociales, así es como dedicamos nuestro tiempo y energías en buscar pareja en lugar de dedicarnos a los asuntos de la polis.
En el camino, nos encontramos con muchas personas de carne y hueso a las que nos cuesta amar tal y como son, porque son muy pocas las personas que encajan en el modelo que nos han vendido en las películas con final feliz. A nosotras nos dicen que algún día encontraremos a alguien que se encargue de nosotras, que nos salve y nos solucione los problemas, a ellos les dicen que entre todas las mujeres existe una princesa obediente, sumisa, bella, encantadora, pasiva, perfecta, y dulce que vivirá eternamente enamorada de ti y nunca te traicionara. Esos hombres ideales no existen, esas mujeres virtuosas que te aman incondicionalmente tampoco.
Sin embargo, el amor solo puede vivirse en el aquí y el ahora: el futuro siempre es incierto, y no depende de nosotras ni de nosotros. Sólo que nadie nos ha enseñado a disfrutar del presente, por eso siempre estamos pensando en «lo siguiente», y nos frustramos cuando diseñamos un plan perfecto para el futuro que no se cumple.
El amor es una forma de relacionarse con el mundo, por eso cuando amamos con el corazón abierto y con generosidad, recibimos más amor, y generamos más amor en los demás. El trato amoroso, sin embargo, no es lo más común en el mundo en el que vivimos: generalmente nuestro día a día esta marcado por las guerras cotidianas que sostenemos con nuestros jefes, vecinos, familiares… y con las instituciones (el banco, Hacienda, la policía que pone multas, la empresa de telefonía que no cumple con el trato…).
Estas luchas de poder nos hacen sentir una profunda desconfianza en los demás: vivimos en un mundo de relaciones marcadas por el egoísmo y las necesidades propias, por eso la mayor parte de las relaciones son interesadas. Y por eso mismo, cuando encontramos a alguien que nos trata bien, que nos quiere tal y como somos, alguien en quien se puede confiar y con quien se puede compartir, es cuando sentimos que la vida tiene sentido y merece la pena.
Sin embargo, no tenemos muchos mecanismos para relacionarnos amorosamente con el entorno, por eso cuando encontramos pareja tampoco sabemos querernos bien. Sufrimos por amor porque no hemos recibido educación emocional y no sabemos cómo gestionar las emociones. Sólo nos enseñan a reprimir los sentimientos fuertes como la ira, la alegría desbordante, la pena más honda, los celos, el deseo sexual…
Reprimir y contener genera mucha frustración y mucha violencia, por eso nos cuesta tanto ponernos en el lugar del otro, expresaron sin herir al otro, discutir y dialogar sin atacar o sentirse atacado. No sabemos resolver conflictos sin violencia porque en todas las películas los protagonistas usan la fuerza física o armas para doblegar y someter al otro, o para aniquilarlo.
Todas las tramas narrativas se construyen desde el esquema buenos/malos. Nosotros somos los buenos, los malos son los demás: con lo enemigos no se sienta uno a hablar. La única manera de relacionarse con los enemigos es la batalla frontal: golpes, disparos, bombardeos, puñetazos, gritos, insultos, amenazas, humillaciones… Los únicos referentes emocionales que tenemos son los que nos ofrecen los cuentos y las películas, y son siempre modelos basados en esta lucha de poder: estructuras de dependencia, dominación-sumisión, sacrificio y entrega.
También sufrimos porque no elegimos bien a nuestro compañero/a. La necesidad de tener pareja o de vivir un bello romance nos arroja a veces en brazos de gente sin herramientas para disfrutar del amor, o de gente que no nos conviene, o de gente que no tiene nada que ver con nosotras. Nos conocemos a fondo después de idealizarnos y enamorarnos: de ahí las profundas dececpiones que experimentamos al comprobar que la otra persona no es como nosotras creíamos.
Queremos libertad, queremos compañía, luchamos por ser independientes, pero necesitamos a la gente. Queremos soltar y queremos atarnos…las emociones contradictorias nos hacen dudar de lo que realmente queremos, y de lo que sentimos, y hasta de quiénes somos. Perdemos muchos años de nuestras vidas ancladas en la falsa separación entre mente y cuerpo, razón y emociones, deseos y deberes. La poesía sublima estas contradicciones con hermosas metáforas, pero en la vida real nos paralizan completamente, y nos hacen sentir permanentemente divididas y desorientadas, porque pensamos el mundo con las estructuras patriarcales del pensamiento binario: como si la noche fuese lo contrario del día, como si el bien fuese lo contrario del mal, lo masculino fuese lo contrario de lo femenino, etc.
Estas dicotomías patriarcales nos obligan a elegir: sólo nos dejan ser una parte, no el todo. O eres una mujer buena, o eres una mujer mala. O eres inocente, o eres culpable. O estás en el camino correcto, o te estas equivocando estrepitosamente. Esta falta de matices nos pone contra la espada y la pared constantemente. Pensando así, además, no nos percibimos jamás como seres completos, sino medias naranjas que necesitan otra media para ser felices.
Los novios y las novias van y vienen: a veces nos acompañan una noche maravillosa, otras veces son años de caminar por el mismo sendero… por eso es tan importante saber dejar atrás el pasado, aprender a disfrutar del presente, y asumir que nada es eterno. Tenemos que aprender a cerrar etapas, a aceptar las pérdidas y los finales, a terminar las relaciones con cariño y amor.
Sólo así podremos aprender a disfrutar de los nuevos tiempos, las nuevas personas, las nuevas etapas. Sin rencores, sin traumas, sin desgarros eternos que se nos queden dentro y nos impidan vivir otras cosas.
Para disfrutar más de la vida, estaría bien deshacerse de la insatisfacción permanente que nos tiene siempre frustradas, que continuamente nos lleva a querer más, o a desear algo mejor. Nos cuesta pararnos a pensar en lo bien que estamos, en lo felices que somos, en valorar las cosas que tenemos, los afectos de los que estamos rodeadas. Dedicamos mucho tiempo, en cambio, hacer inventario diario de lo que no tenemos, y pasamos mucho tiempo imaginando cómo todo se transforma por arte de magia (me toca la lotería, encuentro al amor de mi vida por fin, me ascienden en el trabajo, me voy de luna de miel a la otra punta del planeta… )
Cuanto más tiempo perdemos esperando el acontecimiento mágico que cambiará nuestras vidas, menos esfuerzos e imaginación dedicamos a cambiarlas nosotras mismas. Por eso creo que nos vendría bien un poco menos de fantasía romántica, y un poco más de trabajo individual y colectivo para mejorar nuestras vidas a todos los niveles (afectivo, sexual, económico, profesional, social, sentimental…)